Como las redes sociales pueden destruir toda esperanza

“6 horas y 54 minutos. Este es el tiempo medio global que pasaron los usuarios al día en Internet en 2020 (11 minutos más que el año anterior). Así se indica en un estudio que Hootsuite y We Are Social han llevado a cabo para el Digital 2021.”

¿Que hacemos durante tanto tiempo conectados con nuestros smartphone? ¿qué contenido nos entra a la cabeza? ¿Qué le pasa a nuestro cuerpo cuando consumimos tanto contenido durante tanto tiempo y a lo largo de años? ¿Nos sigue entreteniendo lo que vemos? así como un catador de vino con la práctica, ¿cada día nos volvemos más exigentes con el contenido? y no me refiero a exigir “mayor calidad fílmica” “más resolución”, sino que quizás antes nos emocionaba ver ciertas imágenes y hoy, nos da igual.

El campo de batalla más importante sin lugar a dudas está en la mente. Lo que permitamos que entre ahí y comience a crecer tarde o temprano sus raíces pueden afectar nuestras emociones, nuestro corazón y cambiar por completo toda creencia o filosofía de vida. Basta con sembrar una pequeña duda para que poco a poco se desmorone lo que para nosotros antes era irrefutable. 

Por ejemplo, para un chico que tiene apenas 8 años, la vida es la escuela, divertirse, familia, amigos y mascotas. Si nos ponemos en la mentalidad de un niño promedio de clase media donde no le falta absolutamente nada, haciendo referencia a lo básico para sobrevivir, él es completamente feliz en su familia porque está totalmente alejado de los problemas que lo rodean. No percibe la frustración de sus padres con la inflación, el miedo que ellos tienen en materia de inseguridad y demás. El solo juega.

La vida es totalmente inocente hasta que poco a poco te comenzas a despertar y consumir información que te muestran los engaños que están rodeándote. Por ejemplo papá noel, son tus papas, un familiar que falleció te despierta ciertas ideas de lo limitado que es el tiempo, ves que tus amigos tienen mejores juguetes que vos y tus papás te empiezan a explicar que no tienen algo llamado “dinero” para adquirirlo. Poco a poco la inocencia se transforma en consciencia de la realidad, lo que para muchos es un proceso sumamente traumático cuando comienza  llegar la adolescencia.

Pero no hay tiempo para dramatizar todo lo que aprendemos en la vida. Simplemente comenzamos a “aceptar la realidad”. Si nuestra casa no es lujosa como otras, simplemente lo aceptamos. Si no viajamos como otros amigos por el mundo, lo aceptamos. Si nos toca cierta contextura, listo, es la que tocó. No estamos repasando todo el tiempo las realidades que vemos y percibimos. Llega un momento que nos rendimos y decimos “en fin, es lo que siempre hubo y habrá”.

Esa cotidianidad que ver constantemente lo mismo y naturalizar, hasta banalizar, hace que veamos personas por ejemplo cansadas con: la política. Llevan años escuchando en la mesa familiar al abuelo, su papá, su tío, cambiando de candidatos, de partidos políticos pero que el país siempre quede estancado en un eterno “esto no cambia más”. Esa constante hace que la política te dé exactamente igual. Pase lo que pase con tu país, con los líderes políticos, con la moneda local, lo que se diga en cadena nacional, ya no te importa. Llevas años consumiendo un contenido que ya no te afecta ni genera emoción.

Con la guerra de Ucrania es increíble a lo que se llegó. Millones de televidentes llorábamos con las películas bélicas de a principios del 2000, nos emocionaba en la primaria cada acto de los ex combatientes de Malvinas, y ahora en la guerra actual, solo compartimos memes de Putin. Porque en el fondo, nos da exactamente igual. No percibimos la “realidad” que están atravesando los Ucranianos, su dolor, sus lamentos, la pantalla de nuestros celulares son muy fríos para empatizar genuinamente con la situación. Tanto consumo de contenido puede hacernos creer que todo es igual de rápido, efímero y poco importante como nuestro recorrido en tiktok.

La banalización de la vida genera muchas veces que la fe en que “algo bueno pueda pasar” simplemente lo veamos como un invento del mundo Disney y vivamos como día a día sin esperar nada a cambio.

Creo que un humano sin fe y esperanza, es un zombie viviente de su rutina.

La fe es el arma más poderosa que tenemos para mantener el entusiasmo, la creatividad, las ganas de soñar, de crear, de seguir mejorando a pesar de nuestras debilidades. De creer en el amor sin importar las experiencias pasadas o lo que nos digan aquellas personas que nos rodean. Fuimos hechos para creer que podemos vivir mejor de lo que estamos. 

Por eso tanto contenido virtualmente frío, mostrando que la vida es viaje, placer, lujo, dinero, fama, nos frustra porque cada vez que bloqueamos el teléfono y se apaga la pantalla, vemos todo lo contrario. No banalices más tu vida. No pases más horas en el smartphone tratando de escapar a una realidad mejor. Tu realidad puede cambiar.

Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno. Efesios 6:16 

Las redes sociales vienen con muchas ideas. Hay muchos comunicadores excelentes y muy buenos, pero también otros que debilitan tu espíritu. Elegí mantener la fe activa. Controlá tu tiempo conectado con un mundo intangible, maneja mejor tu tiempo con el mundo físico y cuidá tu corazón sobre todas las cosas porque de él viene la vida.

Volvé a abrazar gente. La pandemia no solo nos impulsó a consumir más contenido digital, sino que aceleró la frialdad entre nosotros. Ya no saludamos físicamente a un grupo de personas por “salud” ahora solo es “saludo general” y así muchos nuevos hábitos que ayudan a enfriar nuestros niveles de empatía. Solo mirando a los ojos al que sufre, podremos entender sus necesidades y ser de bendición en sus vidas. 

No dejes de creer, porque es ahí cuando todo se detiene. Cree, movete con convicción, sabiendo que podes caerte pero que siempre habrá tiempo para volverse a levantar. Ánimo. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *